Algunas veces la vida te da la oportunidad de hacer cosas que habitualmente no puedes, bien por falta de tiempo o por imposibilidad geográfica.

Esa oportunidad llegó y quise ir a despertar con el mar, quería sentir lo que me tenía que decir.

Madrugué y llegué a la orilla cuando aún no había salido el sol y me senté en una roca a escuchar.

El mar, con el sonido de las olas rompiendo en las rocas me dio una fuerte bienvenida, el olor a sal, la brisa en la cara y ese sonido tan hipnótico de la lucha entre el agua y la tierra, me quiso demostrar, nada más llegar, lo pequeño que soy con respecto al mundo, la fuerza de la naturaleza que te puede arrastrar sin apenas esfuerzo.

Me susurró también que la vida es eso, lucha, que cada uno debe buscar su camino y que nada sucede por casualidad.

Al salir el sol el mar cambió y de su fuerza manaba además belleza, la luz que desprenden las olas cuando rompen en la roca y se desintegran en mil y una gotas de agua que dan la bienvenida al nuevo día.

Entonces sentí paz, paz interior en medio de la fuerza bruta de la naturaleza, esa que por más que queramos jamás podremos controlar ni dejar de sentirnos atraídos por ella.

Ojalá pueda volver a tener pronto otro despertar junto al mar.