Salamanca infinita, ciudad de piedra y de luz.

Sé que no puedo ser objetivo, ni quiero serlo en realidad, cuando hablo de Salamanca, la tierra que me vio nacer y la tierra que me ha visto crecer, la que me ha dado todo lo que soy y la que me da refugio en mi día a día.

Una ciudad de piedra y de historia, una ciudad viva y abierta siempre a ofrecerte mil y una sensaciones, mil y una vistas, siempre diferentes, siempre cambiantes dependiendo de cuándo la mires y sobre todo de cómo la mires. Ciudad coqueta que se engalana por el día con la luz del sol para ofrecerse en todo su esplendor, por la tarde, cuando nos demuestra justo cuando cae el sol que brilla con luz propia tornándose dorada y rebelde a no querer soltar ese brillo que la hace tan grande. Es misterio por la noche cuando se vuelve mágica y atractiva, tanto que incluso las inclemencias meteorológicas la hacen aún más bella.

Salamanca, tierra de saberes, de arte, de estudio y de gentes en la calle sea cual sea la época del año y sean cuales sean sus condiciones. Una ciudad donde su Universidad ha sido y será centro y epicentro de su vida, hasta tal punto que hasta Fray Luis de León decidió quedarse por los siglos mirando de frente al saber. Ciudad donde las piedras compiten frente a frente por captar tu atención con su belleza pero que consiguen ser un todo que se complementa y se respeta. Salamanca son sus catedrales que saludan al visitante y al habitante venga de donde venga gracias a su lugar privilegiado.

Salamanca es al fin y al cabo mi casa, mi vida y mi tierra. Sed todos bienvenidos.