Sombras proyectadas sobre un atardecer que provoca un sol que se pierde en el mar, generando unos naranjas y rojos intensos que se confunden con un azul cada vez mas intenso, momento en el que pasamos de la claridad a la oscuridad viajando por un intenso momento que nos emociona y nos embruja a la vez.

Cádiz es un lugar maravilloso donde ese espectáculo cobra aún mas fuerza, más intensidad y más sentido a ese mágico momento que vivimos día tras día, donde el sol nos abandona para volver a la mañana siguiente a llenar todo con su luz.

Es paz al atardecer en una playa donde todo es calma y sosiego y podemos compartir ese momento de paz o pasarlo en soledad viendo como un barco se aleja a recorrer otros mundos y otras aventuras, ¿Dónde irá? ¿Cuál será su destino? Imagina y ve donde quieras, ahí está la magia.

Ese momento donde puedes ver la Caleta, en mitad del mar, atada a la tierra por una estrecha y aparentemente débil lengua de tierra que puedes recorrer para sentir cómo flotas en el agua.

Son esos contrastes de mar, piedra y cielo que se hacen infinitos y se confunde el horizonte.

Son esos pueblos bancos de cal, de luz, de pureza donde hasta una reja es sinónimo de vida y belleza. Esas calles imposibles, empedradas y estrechas que te trasportan a otra época y a otra dimensión.

Es esa ventana que se cierra pero se abre a la vez para que te des cuenta que no debes quedarte solo en lo que tienes más cerca, disfruta del camino para llegar a lo que no tienes tan a la mano.

Cádiz es esa tacita de plata que enamora, embruja y te invita a volver una y mil veces.

Volveremos, mientras tanto seguimos mirando otros horizontes y disfrutaremos de nuestro viaje de la vida.

Javier Domínguez.

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