Como un caminante solitario por un desierto de arenas cálidas y dunas imponentes, que no sabe bien donde está el norte o el sur y que camina con la esperanza de encontrar un oasis que le alivie la sed, así llegué yo a Las Palmas de Gran Canaria, con la esperanza de encontrar mi pequeño refugio de paz, de descanso y de saciar mi «sed» de conocer y de vivir.

A mi llegada a la isla me descubrí que hasta un desierto de dunas y de horizontes difusos puede llevarte hasta la calma y la paz de un gran océano que nos esperaba con sus brazos abiertos, nos ofrecía su descanso y su resguardo.

Un atardecer lejano por posición ofrece sus tonos cálidos y anaranjados del anuncio del final de un día que te ofrece la posibilidad de simplemente contemplar la belleza de su ocaso donde el mar se va fundiendo poco a poco con el cielo mientras parece que la tierra arde, donde hay un batallón de mástiles de barcos amarrados esperando surcar las olas o tierras lejanas se dejan ver a través de las nubes indicando nuevos destinos.

Un canal caprichoso que a la luz de la luna ofrece colores propios e impostados que deja volar tu imaginación a historias de amor o de desamor, en un ambiente romántico tan bello que te transporta a lugares muy lejanos.

Una isla construida desde el corazón de la tierra que vomitó durante millones de años toda su fuerza para hacer una tierra fértil y ocupable, cuya huella es una boca hasta el mismo centro del planeta con 1200 metros de diámetro y 200 de profundidad, que si bien te permite recorrerlo alrededor, te mira desafiante como si en cualquier momento ese remanso de paz fuera a engullirte para, que paradoja, crear más vida con el paso del tiempo.

Gran Canaria es ese plató de cine natural donde bien podrían encajar unos indios y vaqueros o unos dragones saliendo por sus colinas infinitas a la vista que hacen unos pliegues de película. Esas colinas que siempre encuentran una carretera serpenteante que muere en el mar, en el sol.

Es historia de catedrales que se alzan en plazas llenas de vida donde unos perros vigilan que todo siga en orden, como queriendo asegurar que no se va a mover de su sitio. Son calles donde seres mitológicos caminan entre el agua y la gente corriente.

Son atardeceres de contrastes donde unas nubes parecen amenazantes como queriendo comerse la luz a pasos agigantados en unas playas infinitas donde en cambio la quietud de sus aguas solo te pueden invitar y provocar a mirarlas hasta que tus ojos no puedan distinguir la luz de la oscuridad..

Son esas rocas y esos acantilados que al anochecer aguantan las envestidas de un mar caprichoso que con su ruido de olas chocando nos transmiten un sosiego difícilmente comparable.

Son esas calas de rocas y piedras pequeñas, peligrosas pero inevitablemente atractivas.

Es mucho más que nos queda por descubrir, pero aún así entendí porque Canarias es uno de los paraísos en la tierra.

Gracias por ofrecernos descanso, buena gente, buena gastronomía y muchas ganas de volver.

Javier Domínguez.

Lasfotosdemimundo.