Mañanas de Otoño salmantino que son, sin duda, mañanas de un invierno que llega implacable y adelantado, marca de la casa.

Temperaturas bajo cero a la rivera del Tormes acompañadas de una densa capa de niebla que no levantará en todo el día.

3000 años de historia, con sus 3000 inviernos duros, secos y fríos que dan la bienvenida a otro de los disfraces de esta Salamanca universal y que como buena modelo, no le desmerece, mas bien la engalana.

Esa niebla agarrada que se empeña en esconder la belleza de una ciudad que se caracteriza por brillar con la luz del sol en su piedra única o que se engrandece con las luces nocturnas pero que no consigue restarle un ápice de esa majestuosidad característica de la meseta Castellana.

Una capa que recibe a través del Puente Romano y que no te deja ver más que unos pasos hacia delante, pero esa magia consigue que se vayan descubriendo al caminar todas las maravillas de piedra y vida.

Una torre de la Catedral Nueva que apunta constantemente al cielo y que no permite que su silueta se pierda ni de la vista de Fray Luis de León en el Patio de Escuelas.

Unas conchas pegadas a unas torres que son «Scala Coeli» para todo el intrépido que quiera descubrir lo que es acercarse a lo más alto, mientras la Calle Compañía desaparece entre unas nubes bajas para dar más misterio a una cuesta que nunca sabes si tiene más encanto hacia arriba o hacia abajo.

Un paseo matinal, bajo cero y casi en soledad que arranca y termina, como no podía ser de otra manera en la Plaza Mayor más bonita del mundo.

Os dejo mi paseo, disfrutarlo.

Javier Dominguez